GANADOR DEL PREMIO
GOOGLE/ADEPA 2019
Innovación en Medios Digitales
GANADOR DEL PREMIO
GOOGLE/ADEPA 2019
Innovación en Medios Digitales

La historia del crimen que terminó con un feudo.

PATRICIA VILLALBA

(26 AÑOS)

Patricia nació en una familia humilde y trabajadora. Vivió siempre en una misma casa de La Banda, en un barrio donde las construcciones no tienen numeración sino carteles con el apellido de las familias. Se crió con mucho amor y cuidado junto a sus padres- Olga y Juan Domingo – y sus dos hermanos mayores – Karina y Francisco. De los tres chicos, Patricia fue la que tardó más en llegar. Antes de que naciera, Olga perdió dos embarazos y, al de Patricia, estuvo a punto de perderlo más de una vez. Pero, finalmente, en 1977, nació la hija menor de los Villalba.

En el colegio, Patricia nunca se llevó una materia. Siempre andaba con sus dos primas, Jessica y Carolina, que tenían casi su misma edad. Cuando se hicieron adolescentes, las tres empezaron a ir a algunos bailes, no eran de salir mucho a la noche, pero nunca se perdían los encuentros de carnaval.

Al terminar el secundario, Patricia consiguió trabajo como vendedora en una verdulería del centro. No tenía muchas opciones, en Santiago del Estero nunca abundó el trabajo en el ámbito privado y su familia no tenía contactos para hacerla entrar a trabajar en el Estado. No le pagaban mucho, pero como todavía vivía con sus padres, tampoco tenía demasiados gastos. Además, tenía las mañanas libres para ayudar un poco a su mamá en la casa. Hacía ya un par de años, Olga había comenzado a tener problemas de circulación y presión alta y ya le costaba moverse – algunos días, tenía que andar en silla de ruedas.

En la verdulería le tocó el turno de la tarde. Patricia tenía fuerza y la dueña la necesitaba para guardar los cajones de fruta que no se habían vendido al final del día. Siempre terminaba de trabajar alrededor de las diez de la noche, a veces la iba a buscar su papá, otras volvía sola en colectivo y aprovechaba para comprar una hamburguesa en el puesto ambulante de la parada. Igualmente, cuando llegaba a su casa, nunca rechazaba la comida de Olga; no sólo porque era rica, sino porque le gustaba compartir la mesa con sus padres. Se sentaban a cenar con la televisión encendida, pero casi no la escuchaban porque les gustaba conversar entre ellos. Nunca hablaban de política; aunque sabían que pasaban cosas feas en Santiago, preferían no hablar del tema. Pensaban que si callaban, no les iba a pasar nada. Al fin y al cabo no se metían con nadie, nunca le pidieron nada a los Juárez (ni vivienda, ni trabajo, ni ayuda social) y no tenían problemas con la policía.

En febrero de 2003 Patricia ya tenía veintiséis años y empezaba a hacer cuentas de cuándo se iba a poner de novia, casar y tener hijos. Veía a sus hermanos que ya habían armado familia y le daba ganas de hacer lo mismo, sobre todo porque le encantaba jugar con sus sobrinos. Decía que se iba a casar a los veintiocho y que a los treinta iba a convertir a sus padres en abuelos. Con esos planes en la cabeza, el 2 de febrero, salió con sus primas a Árbol Solo, para uno de los bailes previos al Carnaval.

Jessica y Carolina la pasaron a buscar por su casa a eso de las 16.30 y se fueron juntas en colectivo para la Capital. Hacía calor, mucho calor. Cuando llegaron a Árbol Solo, ya había cola para entrar. Mientras esperaban, conversaron un poco sobre otras amigas del barrio y sobre un chico que le gustaba a Carolina. Cuando entraron, comenzaron a moverse entre la gente; iban tomadas de la mano para no perderse. En un momento Patricia se soltó, Jessica se dio vuelta y vio que se acercaba a tres jóvenes un poco más grandes que ellas. Uno era Patricio Lludgar. Carolina todavía no lo conocía y Jessica no lo había visto nunca. Se quedaron mirando de lejos, no querían molestar a su prima que parecía entusiasmada charlando. Después de algunos minutos, Patricia se despidió de los chicos y volvió con sus primas.

– ¿Quién era, quién era?- le preguntaron ansiosas Jessica y Carolina.

- Un conocido que trabaja en el mercado, en una carnicería, y es cliente de la verdulería. Es lindo, pero siempre que va a comprar, va con una chica que me parece que es la novia… igual hoy vino solo… por ahí se peleó. Después averiguo bien lo de la novia, vamos a bailar.

Esa noche bailaron hasta las 3.00 AM, hasta cansarse. Volvieron en colectivo, Carolina y Jessica acompañaron a Patricia hasta la puerta de su casa, para que no que caminara sola. Ya eran casi las 4 00 AM cuando se despidieron de Patricia. Nunca más hablaron del carnicero, ni se lo cruzaron. Carolina y Jessica se olvidaron del chico, hasta que meses después tuvieron que ir a reconocerlo a la comisaría como posible asesino de su prima.

El 5 de febrero era el cumpleaños del sobrino menor de Patricia, así que se levantó temprano para ayudar con los preparativos de la fiesta.

Años más tarde, Olga recordaría ese día:

– Era miércoles, justo cumplía un añito mi nieto. A la noche teníamos una cena en lo de mi cuñado. Le dije a Patricia:“Hija te vamos a buscar al trabajo”, pero me dijo: “No, porque voy a estar muy cansada, quiero volver a casa y dormir un rato antes de ir a la fiesta”. Más tarde, cuando estábamos cenando, de pronto me sentí mal. Mi cuñadome preguntó:“¿Qué te pasa?”. “No sé, no sé, vamos a casa, me siento mal”, le dije. Yo estaba inquieta. Llegamos a mi casa y Karina, mi otra hija, entró al dormitorio y me dijo “Mamá, Patricia no está”. “¿Cómo no está?” le contesté. Y ahí ya me había puesto peor, porque mis hijos siempre avisan si van a tardar. Me quedé dormida esperando a ver si volvía, y a eso de las 5:30, 6:00, me desperté sobresaltada y llorando, escuchaba que Patricia me gritaba: “Mami, mami, ayudame, mami”. Era como si yo la hubiera visto, presentía que le estaba pasando algo feo.

Olga no se equivocaba. El 6 de febrero a las 8.00 AM, Juan Domingo empezó a organizar la búsqueda. Se dividió las tareas con sus hijos y su cuñado: él y Francisco iban a ir a las comisarías, Karina a los hospitales, y su cuñado por el barrio. Pasado el mediodía no habían podido averiguar nada y se reunieron en la casa familiar para almorzar y ver cómo estaba Olga.

– No encontramos nada – le dijo Juan Domingo a su esposa.

– Mi hija está muerta- le respondió Olga – yo lo sé, está muerta.

– Mami -dijo Karina- ¿por qué pensás siempre lo peor?

Juan Domingo, que confiaba en el instinto de Olga, comenzó a sospechar lo mismo, pero no dijo nada. Tenía pensado volver a recorrer comisarías y hospitales apenas terminara de almorzar.

Eran las 14:30 cuando sonó el teléfono en la casa de los Villaba. Todavía estaban sentados a la mesa. Se miraron, ninguno quería atender. Olga estalló en llanto.

– Anda hijo, atendé vos.

Francisco se levantó temblando y atendió. Era un oficial de policía para comunicarles que, a las 7 AM, habían encontrado el cadáver de una mujer que podría ser Patricia.

Francisco se quedó con Olga porque la mujer ya estaba teniendo problemas para respirar y ni se podía levantar de la silla. Olga tuvo otro presentimiento: algo pesado había atrás del crimen de su hija, sino ¿por qué la Policía había esperado hasta las 14:30 para avisarles ? ¿Por qué cuando los Villalba fueron a las comisarías, no les habían dicho de ese cadáver que había aparecido a la mañana? ¿Qué intentaban ocultar?

Juan Domingo y Karina fueron a la morgue con la esperanza de que el cuerpo no fuera de Patricia. Entraron juntos a la sala y se acercaron, temblando, a la camilla. El cadáver estaba lleno de las lastimaduras, con moretones por todos lados, tenía quemaduras en los senos, en las piernas y en la espalda. El rostro también estaba muy golpeado, tenía el ojo izquierdo muy hinchado – del tamaño de una pelota – con un orificio en el centro de la pupila, como si le hubieran clavado algo. ¿Quién podría haberse ensañado tanto con Patricia? ¿Quién querría torturarla así? Juan Domingo estalló en llanto, Karina quería hacer lo mismo pero, al ver que su padre se desmoronaba, juntó fuerzas y, mientras lo sostenía de un brazo, le confirmó al forense que esa joven en la camilla metálica era su hermana.